martes, 28 de mayo de 2013

"los hijoputas habían vaciado la piscina"


A base de ostias
al final
lograran enderezarme.

Pensé
después que me pillara
un gilipollas 
con chaqueta,
cuando salía,
muy pegado a ella,
de uno de los tornos de la estación de Atocha.
Un hijoputa muy bajito
con bigote
que hablaba muy alto.
Decía
vestirse por los pies,
y ser muy hombre.

Qué asco da el Hombre
con poco poder
que le den.

Se dirigía a nosotros
como si fuésemos perros
a los que había que reprender.
Olía a alcohol
el asqueroso
-Yo
Olería después-

Mientras gritaba,
calculé,
rodeado de seguratas,
a cuánto ascendería,
mas o menos,
la cuantía
de romperle la nariz
de un cabezazo.

Pagué la multa.
Me dio un papel.
Apreté
muy fuerte
los puños.
Y nos fuimos.

Mientras,
los trenes seguían temblando
bajo nuestros pies
y las personas que miraban,
siguieron 
con sus vidas.

A base de ostias
al final
lograrán adiestrarme

Le dije.
Ella se reía
y contestó:
No sé yo …
pero si no te hubieras colado,
ya te lo he dicho
(...)

Salimos a la calle
y empezó a llover

Sabía cómo hacerlo bien,
pero pensaba en los estúpidos semáforos en rojo,
en la doble línea continua,
en las correas que atan
a los perros,
en una botella de ron
bajo la noche de verano
de Madrid,
en el peta
con un colega
después de un día de mierda,
en mear contra un muro,
en el graffiti
(…)

Al final
lograrán
adiestrarme

Caminábamos debajo de la lluvia,
nosotros no corríamos,
ni nos cubrimos la cabeza.

Le pedí que,
por favor,
me hablara de otra cosa.

Se arrimó a mí,
me cogió del brazo,
mirando hacia arriba
y dijo:
Joder, la verdad
es que siempre que hacemos algo,
llueve.


domingo, 26 de mayo de 2013

Los perros y los niños sin bautizar no van al cielo


Me pregunto
si alguien mirará
con el deseo
con que yo la pienso
y sé
que miran miles de millones,
porque tienen ojos
debajo
de la frente
que sirven para no tropezar,
al avanzar por una fila interminable
o elegir el color de la corbata
y sé
que es
una pregunta estúpida.


Suspira la herrumbre visceral
de un planeta sin aliento
cuando agacha la cabeza,
vencida de currar,
mientras chirrían las máquinas del metro
y el engranaje de esta gran ciudad
nos mantiene
suspendidos
y
distantes.


Me doy cuenta que el deseo puede ser cosa de uno,
entonces  
                   es
ácido
goteo.


Cuando nadie más proyecta líneas convergentes,
la vida gana la partida
y mata
y pasan
los minutos, como estaciones,
sobre el tejido
gris
o
azul
de unos vaqueros.


Caracolea en el recuerdo
el sonido
de su paso frágil,
violentamente camuflado,
al mirar mis manos
curtidas
del betún velado
de la imaginación
y no tienen sentido,
ni
sirven para nada.


Hoy
está demasiado cansada
para lanzar piedras al cielo
sin remite.


Es una suerte que escapa al paladar quemado
del resto de viajeros
del anillo de serpientes,
que alguien
como ella
vuelva tan cansada
de currar,
pasando inadvertida.


No levanta la cabeza,
para no mostrar a éste hoy desaprensivo,
que tiene un mañana prometedor
en el bolsillo,
que
sólo le quedan veintitrés minutos.


No
tiene nada mejor que hacer
que esperar la siguiente parada,
resignada a ser,
hasta llegar a su destino,
la llave
que accione el detonante
para que muera el día.


Entonces sí,
levantar la mirada y decir:

ahora,
te jodes.


martes, 21 de mayo de 2013

vuelva usted en siete días naturales


 Disimulaba una sonrisa detrás del mostrador, intentando ser amable. Mi notificación de denuncia, que no voy a poder pagar, llevaba varios días dando vueltas entre oficinas de correos, carritos amarillos con ruedas y manos que cuentan semanas para la jubilación. El martes pasado, mi carta no estaba. Puede ir usted a esta otra oficina. Tampoco estaba. El miércoles fue fiesta. El martes de la semana siguiente, hoy, mi día libre, vuelvo. Al parecer, soy el número B 608. Me toca. Entrego papelitos por debajo del cristal y oigo de boca de una señora de la que no acertaría a calcular la edad, que hoy tampoco está la carta. La han devuelto. Sigo intentando parecer amable. No sé si sabe dónde puedo encontrarla. Espera, le pregunto a mi jefe (…) la puede recoger con éste otro papelito en la dirección que pone en el primer papelito(Madrid). Verá, le comento: pasé el martes pasado, no estaba. Me dijeron que en esa otra oficina. Tampoco estaba. El miércoles fue festivo. No he librado desde entonces, han pasado justo siete días naturales y no, no ha podido venir nadie a recogerla en mi nombre. Otra señora, desde otra ventanilla, oye la conversación y se entromete: ya le ha dicho mi compañera dónde tiene usted que recoger su carta. Me miraba por encima de unas horribles gafas sujetas a su nuca arrugada por cordoncitos. De ésta otra sí podía calcular la edad: era vieja. Obvié descarado el inciso de la vieja arrugada y seguí consiguiendo que mi tono de voz me mostrara tranquilo. Si voy hoy, ¿estará? El jefe oye la conversación desde otra ventanilla, se acerca y habla para nadie, muy bajito, en dirección al cristal de metacrilato antipersonas: ve a ver en las salidas de hoy, en la mesa de Manolo. La primera de las señoras con sonrisa y sin edad, se levanta. Camina pesada, como si sonreír vaciara su energía sobre la silla rotatoria y una pantalla de luz azul le hubiera hecho envejecer, también azul. Me deja un par de minutos muy tensos a solas con el marcador de letras rojas sobre mi cabeza: B 608. Vuelve lentamente. En el extremo de un brazo que cuelga de un cuerpo descuidado, sujeta mi carta, como si pesara demasiado. El sobre está cerrado, no puede saber que pesa 600 euros. Además, sólo debería pesarme a mí, está fingiendo. Déjame el DNI y firma aquí. Entiende que, sin el permiso de mi jefe, no puedo coger las cartas de la mesa de salidas. Sonríe. Sonrío. Gracias. Adiós.

 Ésta España debe parecerse mucho a la que hizo, entre otras razones de peso, que Larra se volara la cabeza con 27 años. Lo he estado pensando. No coincido en muchas cosas con Larra, él sí creía en una España mejor. En un arranque momentáneo de cordura, he decidido que yo, en su lugar, hubiese disparado hacia delante. O hacia arriba.

domingo, 19 de mayo de 2013

no es una promesa


Intenté
dejar de amar perdidamente.
Me limité a desnudar por fuera,
desde lejos,
desde un lugar seguro
sin dar la espalda a la salida.
Abandoné la entrega,
intentando que mis huellas no me precedieran
y recordar la hora prudente de volver
a casa.
Perdí la pasión
por montar lunas de papel
que se disuelven
en sudor cualquiera.

Algo pasó

en un punto inconcreto
y
empezaste a aparecer detrás del humo,
a seguir bailando
si amaina
la tormenta

...

Si estás para el dolor,
estaré
siempre.
Si aguantas mi fatiga,
empujaré,
mientras me queden fuerzas.

Soñar y prometer
es fácil por la noche,
cuando todas las mentiras son azules
y siempre hay quien ilumine un pequeño porcentaje
de la vasta tierra
para que caminemos
y bebamos
y contemos las paradas
y lancemos las monedas
y bebamos
y vivamos,
con la intensidad primera,
sin hacer más preguntas.

Luego viene la resaca
y nos descubre desnudos,
pálidos y fríos.
Cuando la poca luz que entra está afilada
y vuelve a haber
un mundo hostil
detrás
de la persiana.

Si sigues estando ahí,
yo aguantaré tu aliento arrepentido,
para volver a equivocarnos
cada vez.

un golpe de voz


Estábamos sentados uno frente al otro. Yo devoraba mi hamburguesa con mucho ansia y bebía las cervezas de largos tragos, intentando mantener a raya la resaca. Contábamos las anécdotas del día y cómo les iba a las otras parejas que conocemos. Me gusta tenerla enfrente, pensaba yo, y que haya cerveza entre nosotros. Parecía que empezaba a faltar la luz y que volvía a caer la resaca sobre mí como un saco de arena conectado a una polea, como siempre que empezamos a hablar de planes de futuro. Me preguntó si yo estaba enamorado. Hubiese sido mucho más práctico contestar con un:. No le hubiese mentido. Pero me puse a hablar de subjetividades. Dije que estar enamorado es algo difícil de saber, que el amor estaba idealizado. Puedo imaginarme soltando toda esa sarta de gilipolleces y cómo ella me mira, mientras lo único que desea oír es un:, rotundo y contundente, mientras mis ojos le dicen: eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Así de sencillo.

Esta mañana me he levantado tarde y he salido con la perra a dar una vuelta. El aire frío y extraño de bien entrado mayo no conseguía hacer que espabilara del todo, ni conseguía disipar de mi mente esa mirada de ayer, cuando no acerté a decir, simplemente: sí.

Seguí caminando, el sol asomaba de vez en cuando. Me crucé con un gran número de matrimonios que pasean los domingos. Unos van cogidos de la mano, otros no. Algunos se miran a los ojos y sonríen, mientras hablan y siguen caminando. Muchos de ellos, simplemente avanzan, en silencio, hacia el final del paseo y dan la vuelta. Seguí pensando en esa jodida pregunta y estuve a punto de parar alguno de esos matrimonios caminantes y preguntarles: ¿Y ustedes?, ¿están enamorados? Seguramente todos o casi todos, hubiesen contestado:, sin más. Alguno escurriría la pregunta con algún chascarrillo. Imagino cómo, más de uno, llevaría la mirada al suelo.

No he conseguido sacar ninguna conclusión, pero sí creo, que lo más inteligente, es contestar a esa maldita pregunta: . Después tienes toda una larga vida para demostrarlo.

jueves, 16 de mayo de 2013

cuatro segundos



Al camarero se le cayó un plato.

Ella levantó la mirada del café,
dejó que paseara por la lluvia
y la detuvo en él
cuatro segundos.

.
.
.
.

Pensó en romper toda la vajilla,
cuando ella volvió a calentar
su mirada gris,
mojada,
en el café.

miércoles, 15 de mayo de 2013

tormenta eléctrica

Apenas se le entiende cuando habla.

Las crisis de ausencia,
que le sacuden 
casi 
de continuo,
le vencen,
como un muñeco roto,
contra el suelo
y le han marcado el rostro y la cabeza.

Está obligado a llevar casco
y moverse
sentado en una silla.

Su cerebro se colapsa
cada
veinte
segundos,
como una tormenta eléctrica.

Rellena cuadernillos de arañazos,
anotando las manzanas
que le quedan;
los pájaros
que no han volado.

Tiene cincuenta años:

todos los dibujos
son para mamá.

El otro día casi me desplomo
junto a él 
cuando le dijo a Mari Carmen,
mirándola de lado:
                        “señora,
                                     sonría”


sábado, 4 de mayo de 2013

Lucía

 Estaba apagando su último cigarrillo cuando Lucía entró por la puerta. Miraba absorto la manera de ascender el humo desde su boca, en dirección al techo amarillento del salón. Sabía que era ella por la manera en que sus impetuosas maneras de abrir la puerta agitaban el humo tranquilo de su última bocanada. Podía calcular también que era bien entrada la tarde, porque había sentido una punzada de hambre al oír el tintineo de las llaves en el descansillo. Era la hora habitual de Lucía de llegar a casa, después del trabajo.

Oyó cómo cerraba la puerta de un golpe, la oyó también respirar profunda y lentamente, antes de dar un primer paso de vuelta al hogar. Su figura delgada se adivinaba a través de unos cristales traslúcidos color botella. No dijo nada. Después creyó oír cómo descargaba bolsas en la cocina.

Tras unos segundos cargados de silencio grave, después de abrir y cerrar unos cajones a golpetazos, Lucía abrió la puerta del salón y pudo comprobar cómo todo estaba como lo había dejado, muy temprano, esta mañana. Parecía el fotograma de un recuerdo repetido, excepto por un bulto extendido sobre el sofá que rompía la armonía, cubierto por una bata morada de felpa, con manchurrones de café y a saber qué otros líquidos sobre su superficie desteñida.

          - Hola
          - Hola

Se produjo un instante de vacío entre las dos miradas y toda la habitación contuvo el aliento.

         -  ¿Qué coño has estado haciendo toda la puta mañana? - preguntó la chica, sin esperar, verdaderamente, ninguna respuesta.

Lucía sacó del bolsillo de sus vaqueros rotos un paquete de Lucky y se encendió un cigarro, ofreciendo otro al bulto morado del sofá. Lo aceptó y se incorporó pesadamente, sentándose apoyando los antebrazos sobre sus rodillas, mirando cómo Lucía le acercaba la llama del mechero.

       - Fumar - respondió - Y pensar. Pensar mucho
     -  Bueno - dijo ella, sentándose a su lado y mirando la gran cantidad de colillas muertas que colapsaban una taza, recuerdo de New York, que hacía las veces de cenicero - ¿Y has llegado a alguna conclusión?

      - Sí - sentenció, dejando a las palabras que rodaran por el suelo - Fumo demasiado

(…)

miércoles, 1 de mayo de 2013

concierto para timbales


Los ancianos se sientan al sol
y no gastan dinero
-ya saben cómo va-

los parados también
se sientan al sol

Un moro
sin
baja laboral
ni
prestación por desempleo
usa la muleta para sujetar
la tapa del cubo.

Han hecho tres nuevas pistas
de tenis
en las que no voy a jugar,
porque siguen siendo caras

Han vuelto a bajar a la calle
muchachas que saben que toda mi intención
les pertenece
y no las voy a besar,
porque siguen siendo caras

Las terrazas de los bares del centro siguen llenas,
pero ya no eres tú
-ciudadano medio-
el que sientas tu culo distraído
con todo
bajo control.
Has aprendido a apreciar
el sabor de la lata,
su clandestinidad teatralizada,
como una pequeña aventura
y
los rincones que descubres
de Madrid
levantado de la silla de mimbre
de la plaza.

Para los que vamos a currar,
sigue siendo un día de mierda
del qué no esperamos
nada
para qué no defraude
y poder dormir tranquilos de pagar
nuestras facturas.


El sol sigue su curso
por el mismo raíl,
cada vez más cercano,
cada vez más ajeno.

Dentro de poco,
quizá este año sí,
puedas ver el mar
y eso hace tirar para delante.

La naturaleza anda loca con el clima,
condicionado por nuestros
sumideros
nuestras chimeneas
y no
se venga más que con alergias.
Podía ser más cruel con occidente,
quizá
espere
su sólo de trompeta.

Los viejos siguen al sol
y los parados,
pero nada es igual.

Se respira un aire de fracaso
generalizado
Muchos nos miramos buscando
los verdaderos culpables.

Aguantamos el invierno
como se aguanta el dolor
de un tatuaje,
una jornada laboral
o
la distancia:
pensando en la futura recompensa
al sufrimiento


bueno,
pues ya está:
ésta es
la nueva primavera

acostúmbrate


evasiva anatómica


Miro 
a las personas con que me cruzo
paseando
con sus cuerpos a cuestas
Miro
la enorme nariz
los ojos pequeñitos
la cadera rota
esos poderosos pechos y su vibrar hipnótico
la muela cariada que acaricia curiosa y húmeda
la lengua
la escoliosis de columna
la uña del pie
la idea recurrente, como un despertador
el dolor de cabeza
las manías
el velo gris que cubre al depresivo
las absurdas ganas de un futuro bloqueado
la ansiedad y el cansancio
la resaca
el desamor
y la sed

para,
cerca del final, palidecer y menguar
como un filete de pollo en la sartén

Pienso la pereza que da
vivir
dentro de un cuerpo
pienso
maneras de evadirme.