jueves, 9 de marzo de 2017

CADA NOCHE



Ayer, le acercó hasta el portal, desde el trabajo,
un tipo que también vive en Móstoles.
Le estuvo contando que entra por el garaje
y se cambia en el trastero,
antes de entrar en casa, cada noche
así nadie se da cuenta que
se viste de mujer.

Mi madre me contaba
todo lo que se notaba que, en realidad, es un hombre.
Cree que le reconocería fácilmente,
si se le cruzara por la calle,
sin pintar.

Lo mejor de todo,
es la cara de mi madre contando las historia,
como si la iluminara
con esa sensibilidad tan especial
y la seguridad
que le da encender un cigarrillo:
«La verdad, que es una chica muy alta
y Estaba muy muy guapa.»

TRES CUBOS



Desde la ventana del salón,
veo tres cubos de basura.
Todos los días,
sobre la misma hora, un hombre
cuelga medio cuerpo
dentro de uno de ellos.
Este país es un trilero
que esconde con gran habilidad
la bolita del primer mundo.

martes, 7 de marzo de 2017

AQUEL TIPO NO CREÍA EN MARIPOSAS





Me golpeaste mil quinientos aletazos,
mil quinientos polvos amarillos,
cada parpadeo, sin dudar,
sin cicatriz de golosina.

Había dejado de quemarme en los mecheros,
la deriva del molino no me hacía sentir sino cosquillas
y tuviste que venir a calcinarlo todo,
a consentir tu ancla,
tu onda expansiva de semicorcheas.

Como el hombre primitivo teme a la tormenta,
creí que era dolor, pero era pan caliente.
Has tenido que llegar, arrasando con todo,
para hacerme ver lo estúpido y débil
de mi torre de naipes,
de mi dado de seis ceros.

Me has pillado con la guardia baja
porque no conozco otra manera de enamorarme
que bajar las manos.

Y qué bien has llegado, huracán, tropezón,
a imponer tu latitud y tu temperatura,
manchándolo todo de verano,
para hacerme después besar la nieve.

No debiste haberme hecho creer invulnerable.

Hoy, cariño, hay que hablar de lealtad y cocaína,
de humanidad, de petróleo.
Se me llenan de paredes las arañas
y el pan se ha convertido en avispas
en la lengua.

El cabezazo es no-poesía si no-tú,
una ligereza que mata de entusiasmo.
Puedo comerle la boca a la vida,
suficiente, lamiendo todos sus venenos,
mientras miro cómo te vas

y la nota
en el salón
con tinta roja.


Las palabras son ceniza que se vence contra el viento,
se me ahogan de lágrimas, de azul,
las mariposas.
El tambor finge un sonido sordo y pálido de rendición.
La vida es una bandera negra,
una autopista de peaje,
una muda de piel,
una foto velada.
Mi bolsa entera de canicas rodando por las escaleras.


Me he atado las manos a la espalda
para no escribir tu nombre en el teléfono
y estoy poniendo guapas las esquinas,
con todo
lo que me sobra dentro.
Me dejo rodar cuesta arriba, tumbado en el sofá
y no sé cómo caí del árbol,
ni cómo matar la tarde, sin ser cómplice.

Hundir el plomo es imposible,
como no creí en las mariposas.

Si queda algo de aliento, de calor,
como una cuerda de piano que me sostiene
por el cuello, con firmeza y no
me permite caer
y aun me hace poder que creo
creer que puedes aparecer
si afloja la tormenta.